"Si recordar es vivir dos veces, el compartir lo es varias veces"

greca

Primer Certamen literario - 2019

Primeros premios de Poesía

Amor o nada, por Paola Quesada Ruiz, alumna de 6º de Enseñaza Primaria, C.E.I.P. Atalaya.

Pesadillas, por Celia Muñoz López, alumna de 3º de ESO, I.E.S. Iliberis.

Perdona, por Ariadna Gutiérrez Agea, alumna de 2º de Bachillerato, I.E.S. Iliberis

Primeros premios de Narrativa

Un reino escondido, por Ainhara Zafra Morales, alumna de 6º de Enseñanza Primaria, Colegio S.A.F.A.

Punto de vista, por María López Gálvez, alumna de 3º de ESO, del I.E.S. Illiberis

greca

Amor o Nada

Tristeza, lagrimas y soledad
y un corazón tirado en el suelo,
cruelmente maltratado sin piedad
abandonado solo y sin consuelo.

¿Por qué este cruel castigo?
Si yo soy un santo,
mi deseo es estar contigo
y tu suerte es amarte tanto.

Sin ti no le encuentro sentido a mi estúpida vida,
yo soy el que más te ha querido
¿Por qué me dejas con el alma herida?

Sufro con la melancolía de mis frases
y me duele el corazón,
que dios perdone lo que me haces
y que al castigarte tenga de ti compasión.

Palabras tristes nacen de mi voz,
letras muertas de mi tintero,
escritas muertas de mi tintero,
escritas en un papel de dolor,
dedicadas a tu corazón de acero.

Llorando a mares todo el día
escribí este poema triste,
porque de vacaciones se fue mi alegría
desde el día que te fuiste.

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Pesadillas

Como la tinta oscura mancha el papel,
como la sombra mancha mi reflejo,
como las pesadillas manchan mis sueños,
pesadillas en las que se van,
en las que me dejan sola.

Pesadillas oscuras,
que manchan de negro mis recuerdos,
pesadillas maravillosas,
que me inspiran al escribir.

Pesadillas misteriosas,
que se ocultan tras la sonrisa más hermosa,
pesadillas ciegas,
que te condicionan sin que te des cuenta.

Pesadillas, al fin y al cabo,
que te hacen ser lo que eres,
pesadillas,
necesarias para existir.

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Perdona

Perdona, si a veces, no estoy aquí,
es que tengo pájaros en la cabeza.

Una cabeza,
llena de versiones de mí,
todas deseando salir.

Y sé que esta noche, duermo hundida,
en el océano de los temores.

Mientras, esos pájaros,
volando a gran altura,
se ríen de mí.

Dejando caer sus plumas,
ignorando que me estaban dando alas.

Alcé el vuelo con ellos,
siendo poderosa,
más fuerte que nunca
(llegué lejos).

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Un reino escondido

Una vez estaba yo en Navidad y aburrida porque ya con 14 años ni un regalo recibí. Nos faltaba visitar una casa a la que nunca había ido: la de mi abuela, la cual toda la familia decía que estaba loca.
Su casa era toda marrón con muebles muy antiguos de colores azules y dorados, aunque con un tono amarillento. Los adornos de Navidad eran oscuros, las paredes estaban desconchadas y las puertas como mordidas menos una habitación con la puerta blanca donde había un cartel que ponía: No Pasar.
En el árbol había un solo regalo que ponía Katie, mi nombre, con una nota, cuando lo cogí mi abuela me dijo con su voz arrugada:

- ¿Por qué no te vas a esa habitación a abrirlo?- me resultó extraño, pues me señaló la habitación nueva, por así decirlo.

Mientras mi abuela me observaba con su inquietante mirada, a varios centímetros de mi cara, me entregó una llave, y ya toda preparada la metí en la cerradura y entré en la sala, toda amarilla, en la que solo había una mesa y una silla de color café clarito, donde me senté y me dispuse a leer la nota.

"A mi querido lector, hoy es tu día de suerte, en las páginas de este libro encontrarás todos los secretos del mágico mundo de los Sarapiyos. Pero antes lee este juramento.." Aunque me resultó extraño tener que jurar para abrir un regalo continué en voz alta: "Prometo guardar el secreto de todo lo que vea, oiga y haga a partir de ahora". La nota acababa con la firma de Ninfae, la guardiana de la ciudad.

Bueno, después de leer tanto rollo, abrí el regalo donde había un libro y unas gafas rosas. - Que bien, rosas, sabiendo que mi color favorito es el negro-.
Abrí el libro que me encantó pues era gordo y superantiguo, con diamantitos "rosas", la letra era diminuta, probé a ponerme las gafas y pude leer claramente: "En el corazón del bosque, donde la huella de los humanos desaparece para dejar paso a los árboles milenarios y arbustos llenos de flores, se halla una maravillosa ciudad. Su nombre es Sarapiyaville. Aquí los Sarapiyos ejercitan sus maravillosos poderes y todo gracias al árbol de la vida y a los frutos del poder, que son los que hacen que los Sarapiyos sean tan pillos". Al levantar la vista estaba en una pradera con árboles de color pastel, llena de unicornios y muchos más animales extraños, uno de ellos se me acercó y me abrazó la pierna, era monísimo, azul peludo, con orejas gigantes y unos ojos enormes y brillantes, que con voz aguda me dijo:

- Bienvenida, mi nombre es Pelusin, ven te llevaré con Ninfae, ella te explicará todo.

Me llevó a un gran castillo que destacaba mucho por sus colores y su enorme y bellísimo jardín. Ya en el interior, había innumerables habitaciones y supuse que era fácil perderse entre tantos pasillos y escaleras, en la entrada al gran salón me esperaba la guardiana que me dijo con voz sabia:

- Hola estás aquí por ser la nieta de Sabrina, la cual intentó ayudarnos, pero rompió su juramento y contó nuestra existencia, por eso todo el mundo cree que está loca, a cambio nos prometió que te daría el libro y que tú nos ayudarías.

En este mundo existe un ser oscuro llamado Nantsuqui, el cual roba los frutos del poder y está apagando la luz de los Sarapiyos ¿estás dispuesta a ayudarnos a vencerlo?

Me quedé sin palabras, al ver mi cara me dijo que me fuera a descansar a la habitación que había al final del pasillo, tercera puerta a la izquierda.
Cuando entré en la habitación me tumbé en la cama, junto a Pelusin, pero no podía dormir, salí del castillo para despejarme y vi a muchos sarapiyos corriendo nerviosos, así que decidí seguirlos hasta que llegué a la plaza donde estaba el árbol de la vida, junto a él había una sombra gigante, era Nantsuqui, que cogía los frutos del poder. A medida que los iba cogiendo debilitaba la luz de los sarapiyos que había a mi alrededor, rápidamente pensé que la unión hace la fuerza, así que decidí unir todas nuestras fuerzas restantes agarrándonos de nuestras manos y salió una luz resplandeciente y amarilla que nos deslumbró y acabó con la oscura sombra.
Cegada, cerré los ojos, y al abrirlos me encontraba en la sala amarilla de mi abuela, el libro estaba en blanco, abierto por la misma página donde ponía: "Gracias, vuelve cuando quieras."
Me quite las gafas, me guardé el libro y salí de la habitación, fuera estaban mis padres esperando para irnos, al salir mi abuela me guiñó un ojo y le dije:

- Seguro que pronto volveré a visitarte.

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Punto de vista

Me siento culpable, culpable de no poder hacer nada, culpable de ser el problema y culpable de no poder cambiar. Sé que sola soy inofensiva, pero siempre termino con la peor compañía. Me dejo influenciar fácilmente y me dejo llevar, no me resisto. Simplemente, estoy ahí, me cogen y me usan, así, sin más. Lo peor, es que yo veo la expresión de sus caras, veo a los que están asustados, a los que no sienten nada, a los que lo sienten demasiado, a los que les provoco euforia y a los que les doy miedo. Puedo volar por los aires o estar parada en el suelo, pero nunca paso desapercibida, siempre llamo la atención de quienes me miran. Ojalá alguien pudiera destruirme o alejarme, pero nadie se preocupa de mis sentimientos, les doy igual. Estoy en manos de todos, buenos y malos, pero nunca me usan para hacer el bien.

Lo último fue demasiado, aquella pobre mujer no tenía la culpa de haberse casado con una fachada de ojos bonitos y sonrisa perfecta y tampoco tenía la culpa de sus desgracias. Siempre he estado con él desde que su padre me compró en aquella subasta y pensé que ella al ser simpática, buena e inocente lo cambiaría, pero no fue así.

Un día llegó a casa, él me sostenía en sus manos, sin pestañear y me dio tantas vueltas que acabé mareada. Yo los miraba a los dos, ella no entendía nada y él estaba confuso, pero también enfadado, muy enfadado. Esa confusión que veía en sus ojos me dio esperanzas de que me soltaría en la mesa, mantendrían una charla y terminarían fundiéndose en un abrazo de disculpa, pero no fue así. Él no tenía ganas de hablar y a ella no le salían las palabras.

Mi dueño se levantó suavemente del sofá y puso mi cañón justo encima de su pequeña oreja. Lo último que le escuché decir fue "Hago esto, porque te quiero." Pero no es verdad, la gente que se quiere no se hace daño, ni se miente, ni se grita, ni mata a la persona de la que se supone que está enamorado. Porque así fue, la mató, apretó el gatillo y por más que quise, no pude detener la bala que recorrió todo mi cuerpo. Después vi caer su cuerpo sin vida al suelo y acabé tirada a su lado, viéndolo a él llorar, cosa que nunca había visto, y me sorprendió. Un rato más tarde, recuerdo la indiferencia que mostraba mi dueño al escuchar las sirenas de los coches de policía.

Ahora estoy metida en una bolsa de plástico herméticamente cerrada, que cada vez hace que haya menos aire en mi cañón. La única luz que veo es la que entra por el asa de la caja de cartón donde me han puesto y pronto dejaré de verla.

Todavía puedo leer que, con permanente negro, está escrito: "arma del homicidio", y eso cada vez me hace sentir más culpable, porque, sea como sea, la culpa fue mía.

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